Maulenauta es una plataforma multimedial interactiva alojada en un sitio web que espera, en sucesivas etapas, ir completando la imagen compleja y diversa de una Maule heterogéneo. La obra que proponemos aspira a transmitir la incidencia no menor de una experiencia centrípeta pero global del mundo; un modo de autoorganización y construcción de la realidad que suele actuar bajo el criterio de sus códigos específicos, regionalmente fijados, antes y después de su verticalización nacionalista, sin que ello comporte desentenderse de latitudes externas.
Desarrollos recientes en plataformas digitales, tecnologías inmersivas y nuevos medios han re-definido el espacio, el arte, y las formas narrativas, ofreciendo nuevas herramientas a creadores e investigadores. Se trata de un campo nuevo, de rápida expansión, que permite desde un rango amplio de oficios y disciplinas, aprovechar la convergencia entre internet y medios tradicionales para trascender las formas tradicionales de exploración y narración.
Las potencialidades y desafíos de este nuevo lenguaje integral, proponemos la creación de un documental interactivo de no-ficción, multimedial, destinado a re-dibujar la historia única de la cuenca del río Maule. Utilizando una narrativa que escapa lo lineal, e incorporando un mosaico de artefactos con múltiples puntos de acceso y salida, nuestro objetivo es ofrecer a distintos usuarios una experiencia del Maule. Personas, sonidos, objetos, historias, edificaciones y naturaleza estarán integrados en esta plataforma transmedial de no-ficción que se irá enriqueciendo con el tiempo.
El proyecto original se pensó como un medio para dar a conocer el trabajo realizado en los cursos de investigación de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca titulado ¿Cómo se dibuja el Maule? dirigido por los profesores Germán Valenzuela y Mario Verdugo entre los años 2012 a 2018. La etapa de ideación contó con el aporte de Ricardo Green a quien se le debe el nombre Maulenauta.
Producción Del territorio al detalle
Financiamiento Direccion de Inverstigación / Universidad de Talca / Fondo de Creaciones
Creado por German Valenzuela con Daniel Buccolini y Edgard Torres
Producción Ejecutiva German Valenzuela
Dirección Audiovisual Daniel Buccolinini
Audiovisuales Edgard Torres
Diseño Web Daniel Buccolini + German Valenzuela
Programación Mauricio Vieytes
Edicion de fotografia Hector Labarca
Selección de textos Mario Verdugo
Agradecemos a todos quienes hicierosn posible que este proyecto saliera adelante.
Agradecemos a la Escuela de Arquitectura y a todos los estudiantes que han trabajado en estos años en el curso de investigación de quinto año en la sección guiada por German Valenzuela y Mario Verdugo: ¿Cómo se dibuja el Maule? Todos ellos han aportado puntos de vista relevantes a la hora de pensar este proyecto.
A la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca que a apoyado la realización de estas investigaciones y a la Dirección de Investigación de la misma Universidad por financiar proyectos de creación gracias al que se ha podido desarrollar esta iniciativa.
A todos quienes de alguna u otra manera han hecho posible este trabajo directa o indirectamente. Particularmente a todos aquellos habitantes que con su trabajo dan forma día a día al territorio que observamos y habitamos.
Y a ustedes, quienes visitan estos documentos, muchas gracias.
«Guanay, guanay amigo! Tus barbas están blancas,
tus manos están trémulas; en tus ojos vacila
una luz de otros tiempos. El río ya no lleva
la lenta caravana de las velas henchidas.
Añoran tus recuerdos las historias lejanas,
cuando tú eras el héroe de las duras corrientes.
Tu torso se encorvaba, puntero de los cables,
Y tu pecho crujía ardoroso y potente.
Y luego en el remanso, la arena acogedora
y aquel pan que amasabas y en la arena cocías
y el odre palpitante, con una mano abierta,
destilando un licor, el mejor de la vida.
Buen viejo, se perdieron las barcas una a una,
se apagaron los fuegos de la orilla en silencio
y el cuerno que anunciaba los arribos forzados
no se oye ya en las faldas ásperas de los cerros!»
Páginas 67-68
Del venero nativo
Jorge González Bastías
(Santiago: Nascimento, 1940)
«¿Carrerero? Sí señor, todos por Lavaderos somos algo carrereros, para matar las horas […] Que era bandido le corrían, ¿de dónde bandido?, en todos los años de Lavaderos, nadie puede decir que tomó algo ajeno, tal vez por ser solitario la gente desconfía y habla. Y la madre ciega. Se fue poniendo así, y entonces que no había adelantos y la ciudad que quedaba más lejos, yendo montado al facultativo en invierno, los dos estilando agua y la bestia resoplando, sumida hasta las verijas en el barro, daba lástima, pero no hubo caso […] Ganarse la vida no resulta fácil en estos rulos rojizos, tierras minerales, delgadas, lomas vanas ya de tanto abrirlas, puros espinos y sólo en las quebradas algo verde del agua de alguna vertiente.» Páginas 19-20
Asesinato en la cancha de afuera
Óscar Bustamante
Santiago: Sudamericana, 1994)
«Comprendí a mi rincón. Le encontré un sentido oculto a esas piedras y a esos cerros y a esos hombres que vivían junto a ellas. […] Vi la selva que cubría los flancos de las colinas y la cabeza de los cerros hasta la orla espumosa del mar, ululante de lobos y gaviotas. El recio pellín de profundas raíces y rojo corazón. El encaje sonoro de los altos coigües. El boldo aromado y la patagua obscura. El litre maligno, el modesto romerillo y el espino de flores de oro. Y laureles y lingues que dieron generosamente su vida para levantar ciudades y armar cascos de galeones y pataches, de veleros y vapores. Tres siglos las hachas incansables mordieron la veta valiosa de los troncos centenarios. En carretas minúsculas (eran sus ruedas un trozo de roble, agujereado en el centro) cuadernas y rodas llegaron a los primitivos astilleros de caletas primitivas o en balsas los huanahues (los guanayes de hoy) los llevaron en la corriente del Maule, el Mauleuvu de los indios, hasta las playas del mar chileno. Tumulto de encomiendas, espaldas curvadas, moviendo la callana, moteada de pepitas de oro, látigo de capataces […] El pujante y trágico poema de la colonización. Y luego la agonía. Lomas desnudas, luciendo al sol su calvicie rojiza. Renuevos que luchan, muertos de sed, en el fondo de las quebradas. Barrancos color de sangre que semejan monstruosas heridas incurables.» Páginas 7-9
Hombres y zorros
Mariano Latorre
Santiago: Ercilla, 1937
«Mateo experimenta una embriaguez sana con el aliento de los árboles que comunican algo del oxígeno que hierve en su savia, a los que por un momento viven junto a ellos. Al divisar las casas, poco antes de entrar en las veredas del bosque, el sol llamea tras las masas de nubes, color de trapos sucios, detenidas encima del cerro Name. Sus bordes están inflamados con una orla de oro sangriento. […] Los cerros que cierran el horizonte están patinados de oro. Sus laderas peladas han florecido con millones de pequeñas campánulas y florecillas de cálices minúsculos. El cielo dilata por encima de las cuchillas su azul aterciopelado y profundo. Frente a la casa negrea la techumbre vieja de un galpón de dos aguas, donde se guardan los lagares y vasijas de vendimiar. Una lloica parada en el canto de una teja derrama el chorrito fresco de sus trinos. La aurora ha prendido en su buche un arrebol.» Páginas 101-102
Zurzulita
Mariano Latorre
Santiago: Nascimento, 1973 [1920]
«Durante una correría que hice por las orillas del río Claro hasta su unión con el Maule, atravesando a caballo parte de la provincia de Talca, marchando a través de bosques de avellanos y de boldos, por caminos solitarios, en cuyas márgenes hay minas de oro abandonadas, llegamos una tarde, ya casi anochecido, mi amigo Segundo y yo, a un negocio, mitad almacén y mitad tienda, con un mucho de cantina, situado en la unión de dos caminos. La casa, o mejor dicho el rancho, pues tal era, tenía todo el aire y el aspecto que anticipadamente nos imaginamos al hablar de los negocios de campo: murallas de barro, un techo estilo mediagua, un alero inclinado más de lo normal, una vara en que amarrar las cabalgaduras y otros detalles característicos en tales construcciones. […] Mientras mi compañero renegaba de los viajes a caballo, de las duras monturas y de las polainas, andando por el desigual piso de tierra y enredándose en las espuelas, yo, ya instalado en una amplia silla de paja, echado atrás a lo burrero, lanzaba una ojeada de curioso por aquel interesante interior. Ignoraba si aquel negocio se llamaría: “El arca de Noé del comercio”, pero seguramente se merecía tal nombre, pues en sus estantes había las más diversas y extraordinarias mercaderías.» Páginas 11-14
El bonete maulino
Manuel Rojas
Santiago: Cruz del sur, 1943
«Llegaron agotados a la cima; tomaron aliento y se internaron, acto continuo, entre los robles, cuyas corpulentas siluetas formaban una techumbre de tinieblas. Había un gran silencio, sólo interrumpido por el rumor de las pisadas y de la lluvia, la cual tendía a menguar. Nadie hablaba. Junto con las últimas gotas, que llegaron desleídas a sus oídos, una brisa húmeda arrancó un leve murmullo de ramas y hojas secas. Automáticamente los hombres apretaron el paso. La figura de Celinda cruzaba fugaz por la imaginación de Salvador. El recuerdo de la fresca sonrisa de la muchacha reanimábalo en su marcha. Sólo aminoraron el tranco cuando el último roble hubo quedado atrás, y ante ellos el paisaje tornó a aclararse. Estaban cerca del jeep. Estaba demostrada la perceptibilidad del Elegido. Quedóse el Acechante absorbiendo el debilitado chaparrón. Don Carlos y ambos jóvenes se detuvieron en el linde del bosque; el suelo, duro y compacto, recamado de piedrecillas blancas, con hirsutas hierbas que se erguían aquí y allá, subía hasta un altillo gredoso donde crecían romeros: tras él el camino. Un sol rojizo, que se asomaba en un marco de negros nubarrones, desgarrados por el viento norte, iluminaba las cadenas del levante, azulinas y redondeadas. Plena cordillera de la costa. La nubarrada había concluido: el panorama ofrecía un aspecto melancólico en el atardecer.» Páginas 23-24
El que merodea en la lluvia
Hugo Correa
Santiago: Zig-Zag, 1962
«Vine desde Sauzal de Maule para cobijar mi crecimiento bajo la visera azul de tu cielo. Llegué desde el río Purapel, flechita de mercurio, que sale a encontrar al sol en la verja de los amaneceres. Nace a bordo del mar y lleva sus aguas hacia el levante. El río Maule filmó el cuerpo de mi niñez y el líquido verdiplata sonrió y tuvo afectos de espuma, remos y peces. Y penetré, Talca, a tu rescoldo íntimo. Y desde entonces, voy por la prestancia provinciana de tu León y tu Río.» Página 10
Etiquetas
Mario Brack
Talca: Ediciones Etiquetas, 1945
«En esos benditos tiempos no había televisión. Mi padre, que era progresista, había comprado para la casa en el campo (TAPAR, entre Empedrado y Chanco) una radio a galena, y todos los implementos, cajas, alambres y pilas, estaban ubicados en un rincón de la galería, amoblada con sillones de mimbre, que nos servía de living. Dos cables se dirigían, uno hasta el dormitorio del dueño de casa, el otro hasta la habitación de un tío, hermano de nuestro padre. Estos cables terminaban en unos audífonos como los que usan, o usaban, las telefonistas. Ambos oyentes comentaban que oían música de Buenos Aires, de Mendoza. […] Constitución ya no era Puerto Mayor, pero en todas las casas quedaban restos de antigua opulencia, muebles de jacarandá, palo de rosa, porcelanas inglesas y alemanas. Comíamos con cuchillos de cabo de marfil, en el que se leía un impresionante CUTLERS TO HER MAJESTY, como si llegaran a nuestras manos directamente de las de la reina de Inglaterra para que en Constitución sirvieran en las mesas abundantes en cochayuyos, ultes, piures, lisas y corvinas, toda la variedad de frutos del mar, que es de uso al sur del Maule.» Páginas 11-23
¿Quién soy?
Emma Jauch
Santiago: Agrupación Amigos del Libro, 1978
«He dejado atrás Maquehua, Huinganes, Tanhuao,
hermanos pobres míos, guanayes tristes, echados
en fragantes rodelas a la orilla del Maule.
[…]
Carretas chanchas, astilleros, solitarios muelles,
caracolas y copihues, mar y selva, redes y barbechos,
inacabables serranías, marinos, zorros, uvas,
un río que baja desde el cielo hasta el hombre,
pero que no lo consuela y desemboca llorando.
Porque nunca en mi país se encontraron más cerca
el Edén y la miseria, las estrellas y las lágrimas,
la belleza y la tragedia, la luz y la ignorancia.
En el palacio verde de esta hermosa sirena
hay un surtidor sangriento que se llama La Poza.
En torno a él pescadores, campesinos y guanayes
mueren abrazados de hambre y desamparo.»
Páginas 111-112
La piedra del pueblo
Efraín Barquero
Santiago: Alfa, 1954
«Cerros, cerros, cerros divididos en dos grandes piños por la huasca azulada del río. Inútilmente busca la vista un remanso de tierra. El sol, eje del paisaje, estruja las horas con la ferocidad de un mediodía de verano. Una chicharra canta desde el proscenio de una sombra. El silencio crece, se expande, se acurruca entre las viñas, se recuesta en los sandiales. A veces, una ráfaga de viento, prófuga de la siesta, trae desde la hondonada el cantarino eco del Maule. Una que otra carreta pasa cantando con la voz aflautada de sus ruedas. Mujeres autómatas manotean en las laderas lejanas. Dos caballejos amigos van hacia alguna parte casi verticalmente. La cintita de acero del ferrocarril culebrea sobre las alacenas de los terraplenes. Por allí se viene y se va el trencillo remolcando todos los ruidos. Algunos se le quedan atrás, pero la locomotora, con su grito estridente, los reúne y sigue con su parvada a desembarcarlos junto al mar. Campesinos dispersos escriben los reglones de los surcos. Abajo y arriba hormiguea la vida.» Página V
Pichamán
Leoncio Guerrero
Santiago: Yunque, 1940
«Después de subir y bajar por lomas y colinas, llegaron, a las cuatro horas de marcha, al Puerto de Perales, punto de partida de la navegación fluvial, única ruta por aquel entonces para el puerto de Bilbao la Nueva, a medio camino entre Valparaíso y Talcahuano. Los campos que cruzaron eran todos, al parecer, estériles, de terreno apretado y amarillo sobre el cual sobresalían yerbas resecas por falta de lluvias y numerosos espinos. A lo lejos, aparecían árboles raquíticos, y en las hondonadas, manchas de verdura. Al llegar a lo alto de una loma cortada sobre el río se alzaban unas casas bajas, de anchos corredores y una vara, a la cual estaban atados varios caballos, con monturas de pellones, al estilo campesino. Escuchábase resonar de espuelas. Unas cabras corrían a lo alto de la colina. Luego, ante su vista deslumbrada se ofreció el paisaje espléndido, contemplado desde el caserío de Perales. A lo lejos, dilatada extensión del valle central, campos verdes, largas avenidas de álamos que se perdían en el horizonte […]. La vista se paseaba encantada por la extensión inmensa.» Páginas 6-7
Playa negra
Luis Orrego Luco
Santiago: Nascimento, 1947
«… la caída de los pellines asumió contornos de catástrofe universal, rodando mundo tronchado, frente a frente al sol estupefacto, como caballo rojo […] la riqueza territorial naufraga y la plantación de pino ilustre es lenta como yegua de tonto; horrendos los veranos, calcinan la ferretería de estación abandonada del robledal quemado como pingajo de cocina y están hediondas a hollín, humosas y como llorantes de herrumbre las laderas que gritan lloviendo, las antiguas vegas a las que olvidó la reforestación litoral […] Y ya no llorará sino el fantasma de las plantas mojadas de la montaña por el pedregal sin brújulas y la esterilidad tocará su gran matraca de esqueletos tallando brujas de lunas de antaño en la laguna de Curepto, oh! bandidos enriquecidos con el sudor proletario, oh! comedores de pulmones, oh! corruptores de la policía y el poder público […] oh! incendiarios de la nación chilena, os responsabilizo de arrojar al mar la República y no arraigar siquiera arrayán o copihues en donde estuve yo al pie del robledal de pájaros, que bramaba como un océano con pellejo de acero, porque fue hecho del cuero del pecho de Dios o como un potro alazán ensillado en huracanes solitarios.» Páginas 88-93
Idioma del mundo
Pablo de Rokha
(Santiago: Das Kapital, 2010 [1958])
«Todo el pueblo existe en virtud del canal de los Molinos, con sed oscura echado encima de las precarias aguas […] El ferrocarril corta a Pocoa en dos mitades: la una fluvial e isleña, agrícola-pesquera, con contornos clásicos que ascienden por el Maule enorme; la otra, serrana, agropecuaria y vitivinícola, industrial y comercial, semiurbana; estos dos mundos, partidos del orbe pocoano, están saturados de la aventura nacional del roto carrilano y ferroviario, por el ombligo del tren a Constitución en la gran entrada del Pacífico […] el pobre infeliz, padre del sapo, extrae el huache con la mano, los pescados gordos del ribazo y los va a negociar a la Estación de Corinto, vecina de los Molinos de Corinto, la industria vital, en donde los obreros de camiseta y pantalón, con zapatos abotonados algunos, los domingos, espantan a la peonada desarrapada de Pocoa arriba y Pocoa abajo. Todo lo hermoso del agua, indiscutiblemente, es el baño de los vacunos en el brazo grande del río, montados los caballos por nosotros que desnudos nos cogemos a las crines mojadas de espuma, entre los relinchos, las carcajadas, los bramidos y el gran desorden.» Páginas 52-54
El amigo piedra
Pablo de Rokha
(Santiago: Multitud, 2011 [1968])
«Y es un grito profundo
que se extiende a lo lejos,
que se oculta en las piedras
y tiembla en los esteros.
Una miseria nueva
prendió en las hondonadas y en los cerros,
arrasó los sembrados,
y los rebaños y los huertos.
El pobre se hizo miserable,
el miserable, bandolero!
[…]
—Señor!, en este campo
mío yo trabajaba.
Tenía veinte ovejas que eran mías,
y alegre paz en esta casa.
Mira, señor, lo que hay ahora!
No queda nada, nada;
ni fuerzas en mis brazos torpes,
incapaces de una venganza:
No sabe de piedad el hombre
que con su lenta infamia
secó la tierra. Torva pesadilla
me parece la vida. No hay palabras
que digan esta obscura
miseria derramada.»
Páginas 9-11
El poema de las tierras pobres
Jorge González Bastías
(Santiago: Universo, 1924)
«Belisario recuerda que en aquella crecida del 52 perdió su bote. Una vergüenza, porque él es un guanaye, venido a menos, pero guanaye al fin y el cabo. “Es que estaba bebido…”, se lamenta, pero ese atenuante nunca alcanzó para mitigar la deshonra de haber perdido el bote, y menos descendiendo de aquella estirpe de navegantes ilustres. Desde entonces ha venido de más o menos: apenas uno que otro encargo de los pescadores, y en los últimos tiempos ni eso. Y guanayes ya no quedan, él es el último. Los demás desaparecieron cuando el río adelgazó, perdió profundidad, dejando de ser navegable. Fueron los canales de regadío quienes lo mermaron para siempre. Hasta hace setenta años el río acogía a los inmensos faluchos que su padre y los tíos navegaban desde y hasta Constitución llevando trigo, el mismo trigo que luego transportaban hasta California. Su abuelo Tristán hizo el viaje dos veces, las velas desplegadas y el falucho con los intestinos cargados de trigo, empujado por la corriente de Humboldt, y en las dos ocasiones volvió en busques a vapor lamentando haber tenido que dejar abandonada en costas distantes la noble embarcación fabricada con enormes robles centenarios [...] Siente que no le teme al río. A los diez años ya había navegado cien millas mar afuera rumbo a Valdivia en medio de tempestades, y por el norte a los catorce años había llegado al Callao, acompañando a su padre y a los tíos: sal a Valdivia y madera al Perú. Cuando ellos murieron ya agonizaba el muelle de San Javier, concluyendo para siempre la ruta a Constitución, que ni siquiera el ferrocarril había podido reemplazar. Por aquel tiempo, el río Maule dejó de ser lo que era, y él también comenzó a deambular sin hacerse del todo pescador, ni tampoco del todo botero.» Páginas 62-64
El día que se inauguró la luz
Óscar Bustamante
(Santiago: Sudamericana, 1998)
«Mi paisaje maulino no había cambiado gran cosa. Me resultaba más pobre, si cabe, idealizado por la lejanía y el recuerdo. Las mismas jorobas gredosas donde sólo los romerillos entierran sus raíces pertinaces; las mismas quebradas que cubren obscuros boldos y claros maitenes, junto a un hilillo de agua. Y los mismos ranchos que parecen brotados de la tierra gris como los árboles y las hierbas, en tal forma se han coloreado con el matiz de la piedra y del terreno. Verdad es que el adobe de esos muros tiene de la greda del estero, y de ella, también, la reja requemada que forma su techumbre […]. Llegamos a la cima al mediodía, acuchillados por el viento. La hosca serranía abríase hacia adelante en un valle aterciopelado de claros verdores de huertas. Un riachuelo plateado partía la hoyada con un tajo recto. Descendimos rápidamente el declive. El camino caracoleaba como otra corriente, a la margen del riacho. Volvimos a ascender a otro cerro más alto. Una vieja casa maulina de largos corredores se dibujó a la orilla de un viñedo. Mi amigo detuvo el caballo: —Le vamos a pedir almuerzo a On Panta, porque a Peñalquín no llegaremos ni a las ocho de la noche.» Páginas 15-16
On Panta
Mariano Latorre
(Santiago: Zig Zag, 1958 [1935])